LAS PREOCUPACIONES NOS HACEN ENFERMAR
Preocuparse es tan común, que parece que fuera natural. Pero las preocupaciones
acarrean muchos problemas de salud y además son inútiles para solucionar
cualquier cosa que necesitemos resolver.
Cuando nos preocupamos por cualquier cuestión, lo hacemos con la
finalidad de querer resolverla o evitarla para que no se presente en nuestra
vida. Sin embargo, cuando hacemos esto, estamos dejando el tiempo suspendido.
Nos alejamos del presente, que es el único lugar que existe para actuar. O
mejor dicho, colmamos nuestro presente con energías inútiles que no nos ayudan
a actuar. La acción de preocuparse significa: desasosegar, intranquilizar,
ansiar, inquietar, alarmar, recelar, angustiar, obsesionar, afligir, ofuscar,
desvelar, impacientar. Si nos invadimos de estas energías, nos alejamos del
presente donde se encuentran las situaciones que pretendemos resolver y estas
quedan sin atender. Por ende, solo podemos dar vueltas y vueltas en una actitud
fútil y desgastante, que además afecta nuestro cuerpo físico.
La acción contraria a preocuparse es: ocuparse, responsabilizarse, cuidar,
fomentar, interesarse, prevenir. Y esto sí que nos ayuda a resolver o a evitar
aquellas cuestiones de las que estamos preocupados. Cuando hacemos esto, no
solo resolvemos o evitamos lo que estamos temiendo, sino que además nos embarga
una agradable sensación de empoderamiento, que lejos de desgastarnos, nos hace
sentir vitales y saludables.
A la sabia naturaleza no le quedan bien nuestras preocupaciones y le
encanta que nos ocupemos de nuestros asuntos. Nuestro cuerpo se resiente
fuertemente cuando tenemos el habito de preocuparnos y muchas veces no somos
consientes de lo que esto significa para nuestro organismo.
Cuando nos preocupamos comenzamos a tensar muchos órganos de nuestro
cuerpo, provocamos muchos inconvenientes en su funcionamiento que luego de un
tiempo comienzan a manifestarse de distintas formas. La tensión acumulada en
cuero cabelludo hace que nuestro cabello se debilite, se vea seco, sin vida y
el poco alimento que le llega por la baja circulación de nutrientes puede crear
la no deseada caída del cabello. La tensión acumulada por lo que no nos gusta
ver, nos produce tensión en los músculos y nervios de los ojos disminuyendo la
visión. La tensión acumulada en el cuello y los hombros nos podrán fomentar
tortícolis y dolores en los hombros y brazos. La tensión acumulada en los
brazos nos creará tendinitis. La tensión acumulada en el pecho nos traerá
dolores de angustia y en su recurrencia puede afectar el normal funcionamiento
del corazón. La tensión acumulada en la espalda nos creará lumbagos y problemas
con las vertebras de la columna. La tensión de los músculos del ano nos creará
hemorroides y así, la lista es enorme.
Si nuestro cuerpo se resiente debido a las preocupaciones, es evidente
que estas no son bienvenidas, ni necesarias. Es obvio que las preocupaciones
son muy difíciles de manejar en esta vida tan ajetreada, pero podemos prestar
más atención para buscar una manera más aliviada de vivir. La naturaleza nos
agradecerá que procuremos vivir con más armonía, más serenidad y más paz
interior.
La sensación de preocupación nos entrega un mensaje muy claro respecto a
lo que podemos hacer para evitar o solucionar nuestros asuntos. En realidad
solo hay dos salidas a esta cuestión, o hacemos algo o aceptamos las cosas tal
como están y no hay más. Si podemos hacer algo, lo haremos. Si no queremos
hacer algo al respecto también está bien, pero preocuparse está demás.
Las preocupaciones tienen su origen en la fuerte sensación de
desconfianza del proceso de la vida. No hemos aceptado la maravillosa promesa
de que no tenemos que preocuparnos, porque todo lo que necesitamos nos será
otorgado por nuestro Padre. Cuando aceptemos esto en su totalidad, nos
relajaremos y nos sentiremos mucho mejor. Podremos dar un suspiro de alivio y
poner una sonrisa en nuestro rostro y también reír. Para mientras que
trabajamos en aceptar esta promesa con toda su increíble verdad, necesitaremos
hacer ejercicios de relajación y mucha meditación.
Patricia González
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