En ambos casos hay una sensación subyacente de necesidad. Al sentirnos incompletos tratamos de reforzar nuestras carencias a través de otra persona. “Si deseas sentir el amor tal como lo siente Dios, debes llenar todos tus vacíos, porque Dios solamente puede amar a partir del estado de plenitud”, aconsejaba Merlín. Ser el amante perfecto implicaría no tener ninguna debilidad o herida secreta que queramos que alguien nos remiende.
El primer paso es indagar cuáles son nuestros vacíos y el segundo es llenaremos con el Ser o la esencia. Este proceso suele denominarse aprender a amarnos a nosotros mismos, aunque hay que tener cuidado con ese término. Muchas veces se lo toma como sinónimo de aprender a amar la imagen que cada uno tiene de sí mismo. A los ojos del mago, la imagen de uno mismo no es otra cosa que el ego; es la negación tras la cual se oculta el vacío de nuestras carencias. Sería más acertado decir que el verdadero proceso de aprender a amarnos a nosotros mismos es aprender a amar nuestro Yo, es decir, nuestro espíritu.