Memorias de la Amada Madre María Ahora, volviendo
nuestra atención hacia aquellos primeros años, rememoremos esa dulce historia de
una era lejana.
Todavía vive en Mi corazón corno si hubiera sido ayer, como
también vive en muchos de los vuestros.
Muchos de los que están en este salón
fueron parte de ese drama, de ese gozo y de ese dolor de cabeza; vivieron la
desesperanza del Calvario y la gloria de la mañana de Resurrección.
En lo
profundo de vuestros cuerpos etéricos vibran las memorias de un Ser Majestuoso,
que caminó por Jerusa y dejó un ejemplo para toda la humanidad que aún, hasta el
día de hoy, no ha sido superado.
Ahora se acerca su cumpleaños y es por Él que
estamos preparando nuestros cuerpos físicos e internos, para darle el regalo de
nuestros propios seres, así como le ofreciera Mi Ser antes de pasar por las
puertas del nacimiento y encarnar físicamente.
Como les dije, cuando la
Iniciación culminó, al cabo de tres horas al pie del Calvario, El Amado Juan y
Yo descendimos juntos ese monte, dejando a los demás para que ejecutaran los
últimos ritos en la preparación del cuerpo para el sepulcro.
Regresamos a
Betania, a la bendita Betania donde Jesús, los discípulos y Yo habíamos
disfrutado de los pocos momentos de privacidad que habíamos tenido durante Su
ministerio.
Los jardines tenían un dulce aroma en esa Primavera; los pájaros
cantaban armoniosamente y no existía la enorme presión, necesidad y exigencia
del público.
Allí, en el silencio de aquel lugar, le pedí al Amado Juan que Me
dejara sola, en la intimidad de mi cuarto, por dos noches y un día.
Me dio agua
y frutas, y cerrando la puerta me sumergí de rodillas en la más profunda y
sentida oración.
A lo largo de aquellas horas, en esa oración, le hice compañía
al alma y espíritu del Amado Jesús, hasta que estuvimos seguros de que
alcanzaría el logro de la Resurrección.
En Luxor, hacía algunos años, Jesús y Yo
habíamos tomado la Iniciación de la suspensión de la respiración y de la así
llamada separación de la vida del cuerpo.
Habíamos atravesado victoriosamente
esa Iniciación. Sin embargo, como les dije, una cosa es lograr esa Iniciación en
la protección de un Retiro donde la Llama de la Ascensión brilla con fuerza y
esplendor, y los Maestros Cósmicos y la Jerarquía custodian el cuerpo...
Allí no
existe el aliento del mal, sino el fuego vital de la vida y de la confianza.
Allí los doce Maestros que custodian el cuerpo durante ese período, han
adquirido Ellos mismos la Iniciación y saben que la LEY ES LA LEY.
Ellos tienen
la confianza, fe y convicción que surgen naturalmente cuando uno CONOCE la
exactitud de la Ley a través del uso de la propia energía de vida.
Por cierto,
es una cosa completamente diferente cumplir con semejante misión en medio de una
multitud encarnecida, con la mente y la conciencia de la masa conteniendo todos
los vicios de los Planos Astral y Psíquico, determinada a destruir la más grande
manifestación del Cristo en esa Era.
Es también una cosa por completo diferente
reanimar un cuerpo que ha sido dañado.
¡Por esto, Yo rezaba, rezaba y rezaba a
lo largo de esas largas horas! Finalmente, fue como si me hubiera quedado
dormida en mi vigilia. Entonces vino a mi mente la más magnificente y melodiosa
voz de Gabriel, a Quien Yo conocía tan bien.
Pensé que estaba soñando de nuevo
con esa primera “Visitación”.
Recordaría tantas veces esas palabras durante los
primeros años en Egipto; los años de crecimiento de Jesús y los de oscuridad en
Nazareth; esas palabras de Gabriel y esa confirmación de que Jesús era el Mesías
volverían a mi mente una y otra vez.
Así, esa mañana, mientras aguardaba en Mi
solitaria vigilia, volví a escuchar la voz de Gabriel:
“¡Ave María!, llena eres
de gracia”. Ay, pensé, otra vez estoy trayendo a mi memoria las palabras de ese
Bendito Ser.
Sin embargo, cambiaron las palabras y a continuación Él dijo:
“¡Amada, Tu Hijo ha resucitado! ¡Ha salido victorioso! ¡La tumba ha sido
destruida! Él habita en Su cuerpo y Yo, el Anunciador, el Protector del
“Concepto Inmaculado”, ¡vengo a traerte a Ti la primera noticia de la
Victoria!”.
Entonces caí de rodillas, y lágrimas de gratitud corrieron por Mi
rostro.
El cuarto estaba lleno de luz y fragancia de lirios.
La magnificente
Presencia de Gabriel permanecía ante Mí, y cuando la brillante luz en el cuarto
se hizo más suave, pude ver que allí estaba también Mi Hijo, ¡vestido con la
misma túnica blanca que Yo le había tejido! En los grandes momentos, ustedes
saben cómo las pequeñas cosas se magnifican; por ejemplo hoy en día, algo
pequeño para ustedes podría ser el tic-tac de un reloj.
En ese momento, busqué
con la mirada la puntada que Yo había hecho en el dobladillo de Su túnica y
miré, como lo haría una Madre, la línea y el contorno de Su rostro.
Observé las
cejas arqueadas delicadamente, los ojos hermosos y profundos, y Me dije a Mí
misma:
“¡No! No es Mi deseo el que ha creado esta imagen; no es el resultado de
Mi pensamiento esperanzado. Entonces, Jesús extendió Sus manos y me habló,
diciéndome: “¡Madre, soy Yo!”.
Corrí hacia Él, pensando besar el borde de su
túnica, pero Él me puso de pie.
Caminamos juntos hacia la ventana para ver el
sol, el gran Símbolo de la Vida y la Luz, el cual habíamos adorado y amado como
una manifestación externa de Dios, el Padre y la Santa Madre.
Jesús recalcó la
belleza de la mañana, pero Mis ojos estaban tan mojados con lágrimas que apenas
podía ver la luz del día.
Miré Sus manos y vi que todavía tenía los estigmas,
las marcas de los clavos.
Le dije:
“Hijo, ¿por qué has dejado esta imperfección
en tus manos al resucitar?”. “Madre”, dijo Jesús. “Por el bien de la
autenticidad. No todos tienen el ojo crítico de una Madre para reconocerme por
la línea de Mis mejillas, el largo de Mis manos o por la luz en Mis ojos.
Aquellos que saben han dicho: ‘Conserva las marcas en Tus manos y pies hasta que
veas a Tus discípulos y a aquellos que te aman’. No obstante, remediaremos esto
a su debido tiempo”.
o dije:
“Gracias a Dios! Al menos las profundas marcas de
las espinas en tu frente se han ido”.
Y Él sonrió. Luego, como había poco
tiempo, Jesús dijo:
“Amada, debo continuar Mi camino e ir ahora a ver a los
discípulos: a Marían, Marta y Magdalena; a Pedro, Santiago y Juan; ya que aún
los aqueja el miedo, y la apariencia de muerte los ha sacudido hasta las raíces”
Sin embargo, antes de irse Jesús Me preguntó: “Amada Madre, ¿deseas venir
conmigo cuando entre en Mi gloria o te quedarás aún por un tiempo?”. “Hijo”, le
respondí, “¿Cuál es Tu voluntad?”. Él dijo: “Madre, la magnetización de las
grandes y poderosas Corrientes Cósmicas para la Dispensación Cristiana, sólo
puede ser realizada por un ser inascendido.
Todavía hay mucho que Yo puedo
hacer, y se Me ha ofrecido una Dispensación para que luego de Mi Ascensión
pública pueda seguir viéndolos a Ti y a Juan durante treinta años, y así darles
una instrucción que aún no ha sido escrita. ¿Podría contar Contigo para ese
sacrificio?”.
“He aquí la esclava del Señor”, dije. “Amado, si fueran mil años,
me quedaría deseosa y gozosa. Yo, que he vivido treinta y tres años para ver Tu
victoria, ¿cómo podría negarte una oportunidad mayor a cambio de unos pocos años
de exilio de Mi parte?”.
Él quedó complacido.
La Maestra Amada Madre Maria
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