El chico
ya está grande. Pero en 1991, cuando tenía pocos años, no tuvo mejor idea que
escribir un libro revolucionario llamado “Vengo del Sol”. Un recopilado de
todos los recuerdos de un niño, Flavio Cabobianco, entre los 3 y 10 años
de edad. Un testimonio que puede ayudar enormemente a otros niños que estén
pasando por lo mismo y, a la vez, a los adultos que deben aprender a
escucharlos con mente abierta. Ellos son nuestros grandes Maestros.
El libro
surgió a partir de un trabajo de ordenamiento que hizo la periodista
austro-argentina Ama Hilde Brostrom sobre las notas de Alba Zuccoli y Omar
Néstor Cabobianco, los padres de Flavio. En los encuentros con ella, Flavio,
que entonces tiene 8 años, agregó comentarios a los dibujos y esquemas que
facilitaban, según el pequeñito, la comprensión de sus explicaciones sobre
temas como la formación de la materia, la misión al encarnar, los
recorridos de las almas, la energía de los planetas y el Universo, el
tiempo-espacio, etc.
“El libro
que terminé de gestar cuando tenía aún diez años cambió mi vida rotundamente. Nos
educan para olvidar que creamos, co-creamos lo que llamamos realidad. La vida
es tan mágica… vivir es un acto creativo. La escritura es para que hable el
alma; o si no, no vale la pena. A veces estoy confundido. Estar confundido es
fantástico porque es estar aprendiendo y estar vivo. Prefiero expresarme en un
libro porque tiene vida, tiene mi energía. Al abrir sus hojas otorga todo
lo que tiene para entregarlo al mundo”, dijo Flavio, pocos tiempo después de
terminar su obra.
Prólogo
imperdible
“Nuevos
niños están naciendo. Son humanos diferentes, aunque no lo parezcan. Yo soy
sólo uno de ellos, uno de los primeros. La humanidad está cambiando. La
conexión con lo espiritual está más abierta. Todos los niños pueden ahora
mantenerse unidos a su esencia. Los bebés lloran porque es muy difícil este
planeta. Un bebé trata de expresarse vía telepática, pero no le funciona porque
todo aquí es muy denso. Ve todo, lo malo y lo bueno, lo falso y lo verdadero.
En otros planetas uno ve lo que quiere. Ver es una manera de decir, ya que no
hay ojos físicos, uno se focaliza en lo que le interesa y se puede cerrar
cuando quiere. El recién nacido está asustado, encerrado en la realidad física.
Extraña
la unidad esencial de donde viene, entonces se adhiere rápidamente a las
personas que lo cuidan. Traspasa a los padres el lugar del Ser Supremo. Los
padres, si creen sólo en lo material, lo involucran cada vez más en lo físico.
Al enseñarle a hablar, limitan su pensamiento. Los niños al crecer, van
perdiendo la conexión con su origen. Para ayudar a los chicos hay que ayudar a
los grandes. Si los padres están abiertos, van a cuidarlos sin imponerles sus
propias ideas, su visión del mundo. Lo principal es darles espacio, darles
tiempo, dejarlos pensar, dejarlos que hablen.
Los
humanos aprenden a usar un solo punto de vista, el cotidiano que sirve para lo
físico y para vivir en sociedad. Los niños, al jugar practican esta realidad.
Seguir abierto es mantener otros puntos de vista. Por ejemplo, el punto de
vista Exterior es “ver” desde fuera de la Tierra y, más aún, desde fuera de la
parte manifestada del Universo. El punto de vista Central es “ver” desde el
Núcleo, esencia energética de Dios. El punto de vista Interior es “mirar” desde
dentro del núcleo interno del propio ser, y ver el núcleo de otros seres. A los
niños se les hace practicar sólo el punto de vista Cotidiano. Entonces limitan
el uso de sus ondas mentales y aprenden a focalizarse en el plano físico. Es
como usar apenas una partecita de una computadora.
Una vez que
están programados de esta manera, es difícil que se abran, pueden confundirse.
Hay que tener mucha paciencia para reabrir la conexión espiritual. La mayor
parte de los seres humanos viven toda su vida olvidados de la totalidad. La
unidad superior la mantienen cuando son bebés y a veces la recuperan poco antes
de morir. Buscan la felicidad externa porque pierden la interna. Sufren por los
deseos y también por la adicción a otros seres humanos. Un niño nuevo sabe que
es parte de la Totalidad. Si se le quiere enseñar la idea de “mío” se confunde,
cree que todo es de él. Hay que dejarlo compartir.
Flavio, 8
años“