Hay veces que pareciera que el amor se esconde, como si nos
jugara unas jugarreta.
Existen momentos que es imposible ver el amor de los hijos a
uno.
Nunca será igual el amor de los padres a los hijos, que de ellos
a nosotros.
Aunque existen excepciones.
No creo en ese amor, que tienen la mayoría de los hijos, cuando
ellos tienen a sus hijos y valoran lo que se les dio.
Que desgracia es tener hijos de esos.
Más bien, sería agradable, tener hijos más amorosos y que
valoraran a sus padres en el tránsito de la vida cuando viven con ellos.
No deseo ser de esas madres que se valoran, cuando se tienen
hijos, y ellos quieren que les ayudes con sus hijos, porque las tareas de la
vida no les dan para cuidar a sus hijos.
No quiero ser de esas abuelas que son valoradas porque ahora
cuidan de los hijos de sus hijos.
Quiero ser ahora valorada por lo que amo, doy y siento.
Porque para mí el hoy es importante.
El respeto, el cómo se dirige un hijo hacia sus padres, el cómo
habla del ser que le dio la vida.
Ahí provienen los verdaderos valores.
No creo que la adolescencia te de la autoridad de ser un ser déspota,
de pocos valores y que de repente, te valoran porque te necesitan.
Aunque se den valores, si los hijos no saben apreciar lo que
tienen, porque creen que todo merecen.
Porque así le enseña la sociedad, escuela, amigos o eso creen, o
ven en los medios de comunicación, como ejemplo los derechos de los niños.
Eso está muy lejos de un sentir y un ser del verdadero valor del
amor.
Porque, te valoran cuando eres la nana de sus hijos, o no tienen
los recursos necesarios y necesitan ayuda.
Creo en el amor que viene del interior y no el que nace por las
circunstancias.
Bendita es la madre o el padre que tiene un hijo que desde
siempre los valora, sin que la vida le deba dar lecciones de aprecio, por una
necesidad que vivan.