De haber negado los sentimientos en la infancia,
principalmente la necesidad de afecto y habernos hecho fuertes muy pronto y en
falso, viene luego, como explica Norwood, la incapacidad para intimar: la inaccesibilidad
emocional. De ahí la necesidad de emociones fuertes, no saber estar en paz; y
de ahí, también, Don Juan.
Y
casualmente, este fin de semana de Don Juan leo en el libro de Pinkola un cuento de aventura inversa a la suya:
“La mujer esqueleto”. Un pescador con la intención normal de pescar un pez
gordo, que le dé de comer y del que presumir cuando llegue a puerto —forma
común de acercarnos al amor— engancha con su anzuelo a la mujer esqueleto; el
pescador imaginando el gran pez tira y tira hasta que sale todo el cuerpo
fuera. Grita entonces horrorizado e indignado —al ver lo que no quiere ver, que
es lo que tiene que morir para que nazca el amor: las fantasías, las falsas
ilusiones: el ego—; sale corriendo despavorido, y se refugia agitado en una
cueva —teme la intimidad—; pero, enredada en el sedal, la ve acurrucada en un
rincón. Sin explicación, de repente, siente compasión y se acerca a
desenredarle el sedal, lo enrolla en su caña, la cubre con unas pieles, y se
acuesta —se enfrenta a sus heridas, se sana—. Y dormido le cae una lágrima
—confía, despierta al amor—. La mujer la bebe y con ella sacia su sed de muchos
años. Coge su corazón y golpeándolo se llena de carne —el pescador deja que le
rompa el corazón, para que se abra—, se lo devuelve y se acuesta junto a él, y
nunca les faltó el alimento.
Pinkola explica que el amor necesita aceptar el ciclo natural
vida-muerte-vida, como la noche entre dos días, para poder suavizar cualquier
dolor, y resistir el baile de la vida con sus muchos finales y sus muchos
comienzos. El empeño en constantes momentos agradables deja sin alma la
relación, que sólo puede fingir forzada. El hallazgo del tesoro del amor no es
nunca lo que se espera, pues la vida asoma con la muerte, y por eso “exige el
precio de la valentía, quedarse cuando todas las células gritan ¡echa a
correr!”. “Vacilar, huir, esconderse es parte del proceso pero no para
siempre”; pues ser capaces de permanecer juntos mientras se ve lo que se teme
es lo que sana y fortalece. Por eso “llega un momento en que uno sin razón ni
gusto confía en la suerte, se tapa la nariz y se lanza al abismo”, y comprende
y desenreda, y curados unen sus cuerpos. Descanse en paz Don Juan.
IMAGEN DE ARTE MATRIZ